Cada año, en nuestro país, millares y millares de alumnos salen de las universidades con un título debajo del brazo. Se trata de un título que demuestra que, a pesar de su en ocasiones insultante juventud, atesoran talento a raudales y que están de sobra preparados para entrar de lleno en el mercado laboral. Para una empresa, valorar y estudiar esa cantera solo puede traer beneficios.
También cada año, vemos como buena parte de esos españoles que terminan de estudiar se marchan al extranjero. Desde luego, no lo hacen por gusto y amor al arte. Detrás de una decisión así está el argumento de la necesidad, la necesidad de empezar a ganar dinero para labrarse un futuro digno que desde hace algunos años ven imposible alcanzar en nuestro país.
Desde las empresas tenemos que hacer lo posible para que esto no ocurra. Se nos va demasiado talento cada año a causa de no apostar por los jóvenes y, como consecuencia, el valor que pueden aportar para nuestra sociedad se esfuma. Pero el despropósito no termina ahí porque, normalmente, los emigrantes españoles suelen investigar y patentar un buen elenco de productos de los que al final no podremos disfrutar en España.
Es decir: creamos talento para sociedades extranjeras. Creamos talento para otros. Pero no pensamos en nosotros mismos porque o bien no hay dinero para invertir en nuestros jóvenes o bien no tenemos la determinación para hacerlo. Esto no puede seguir así. Nos estamos desangrando año a año, suministrando nuestros mejores valores a los países competidores y situándonos por tanto por detrás de ellos en todos los aspectos posibles.
En la empresa en la que trabajo, una entidad encargada de diseñar todo tipo de aplicaciones para dispositivos móviles y tablets, siempre hemos apostado por la originalidad que caracterizan a las mentes juveniles. En la actualidad soy su jefe de Recursos Humanos y me encargo de todo lo que tiene que ver con la gestión de esas fuerzas de combate de las que dispongo para crear nuestros productos.
Como consecuencia del éxito que nos estaban reportando las diferentes aplicaciones que diseñábamos y de nuestra apuesta por los más jóvenes, fui invitado por un conocido a participar en una organización internacional de directivos encargados de gestionar el capital humano: DCH. Se trataba de un ente en el que directivos y gestores españoles o latinoamericanos compartían experiencias, consejos y todo tipo de cuestiones para organizar con eficiencia a los empleados que estaban a su cargo.
Una experiencia enriquecedora
Mi intervención en defensa del capital humano nacional fue acogida con aplausos. Varios de los directivos que me escucharon suscribieron totalmente mi exposición y aseguraron que mis palabras les habían resultado de gran utilidad y que emplearían algunas de mis técnicas para lograr una mayor eficacia y eficiencia con sus empleados.
No obstante, en aquel tipo de reuniones comencé a tomar en consideración algunas de las ideas que los compañeros aportaban. Eran charlas en las que temas como la motivación o el apoyo hacia los empleados tenían un sitio reservado. Tomé notas y yo también comencé a emplear algunos de esos consejos que iba escuchando. Y es que el flujo y el intercambio de información entre gestores de capital humano no ha podido ser más beneficioso para mí y para mi empresa, porque hemos empezado a pensar en cuestiones que se nos escapaban, que no habíamos tenido en cuenta.
Mi participación en esta asociación está muy bien valorada por los máximos responsables de mi empresa gracias a que he conseguido crear una red de contactos que me permiten enfocar el día a día desde prismas muy diversos. Además, al no existir una cuota de inscripción o mensual, es una práctica muy recomendable y que solamente puede reportar aspectos positivos.