Yo también he pasado por el trauma de declarar insolvente a mi negocio

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Nadie dijo nunca que emprender fuera sencillo. Estamos hablando de una de las actividades más complicadas a las que nos podemos enfrentar a lo largo de la vida. Y es que es evidente que no es nada fácil tener que liderar un proyecto que requiere de un montón de cosas, de inversiones y de sacrificios personales. Alguien me dijo alguna vez que tener una empresa es como tener un hijo, que si hacía falta tendría que dedicarle las 24 horas del día. Y tengo que decir que no ha habido frase que me haya podido parecer tan real en la vida. Ni que decir tiene que lo ha padecido en mis propias carnes.

Cuando comencé a pensar en abrir mi propio negocio, corría el principio de este siglo. El tipo de negocio en el que quería especializarme era la venta de ropa formal y de etiqueta para caballero. Creía y, de hecho, sabía, que había un nicho de negocio en mi ciudad en relación a este sector y sentía que tenía mucho que decir ahí. Además, siempre he sido un conocedor nato de prendas como estas, así que era perfecto. Ni que decir tiene que tuve que realizar un montón de papeles para poder darle vida a mi negocio y también tuve que tener una serie de conversaciones con diferentes bancos y llegar a un acuerdo con alguno de ellos para poder obtener la totalidad del dinero que me hacía falta en primera instancia.

La verdad es que la tienda empezó funcionando muy bien. Como decía más arriba, tenía nicho de mercado en mi ciudad y muchas de las personas que tenían algún evento solían acudir hasta mi local para obtener las prendas que necesitaban para dicho evento. Como desde el primer momento mi apuesta fue por proporcionar unas prendas de calidad, la gente empezó a considerar que mi tienda era la mejor de las que se encontraban por la zona y eso, para qué negarlo, me dio la posibilidad de obtener un montón de beneficios económicos. Los primeros años, desde luego, fueron los mejores. Y eso que suelen decir que son los más difíciles.

Luego llegó la crisis económica que empezó en 2007 y 2008. Fueron momentos de mucha zozobra, para qué os voy a engañar. Muchos de los negocios del sector se vieron obligados a cerrar y mi tienda, que estaba especializada como digo en productos de calidad, notó las consecuencias del ahorro que buscaban seguir todas las personas y familias. La gente dejó de gastar alegremente en trajes, camisas y cinturones de calidad y empezó a ir más a precio. Yo sabía desde el primer momento en que abrí la tienda que cuando llegara una crisis podría tener problemas y así fue. Pero conseguí anticiparme incorporando promociones para mantener fieles a mis clientes… y lo conseguí. Perdí beneficios, pero mantuve en pie a mi negocio, que no era poco premio para lo que estaba pasando.

Después, la situación mejoró bastante, especialmente a mediados de la década pasada. Las cosas volvieron a funcionar muy bien, de una manera en la que no pensaba que iban a funcionar las cosas de nuevo. Pero lo cierto es que las situaciones complicadas iban a volver a llegar. Lo hicieron con la entrada del coronavirus en España durante los primeros meses del año 2020. Seguro que muchas de las personas que estáis leyendo esta historia os acordáis perfectamente de aquellos días, de cómo muchos negocios tuvimos que cerrar nuestras puertas durante meses. Lo cierto es que la situación económica derivada de la pandemia dejó muchas economías familiares maltrechas y, en mi caso, eso me afectó muchísimo porque la gente dejó de gastar en lo que no fuera imprescindible. Eso y que, además, los eventos en los que la gente suele ir vestida de manera mucho más formal se cancelaron y, consecuentemente, se dejó de comprar este tipo de ropa.

Yo ya había superado situaciones complicadas, como os he contado más arriba, pero tengo que deciros que esa situación derivada del coronavirus me superó. No tener ingresos durante tantos meses me dejó al borde de la ruina y tuve que empezar a pensar en algo que me agobiaba muchísimo: el cierre de mi negocio. Cerrar lo que llevaba haciendo durante 2 décadas y tener que buscar trabajo desde ese momento, con una edad que ya estaba por encima de los 50, me agobiaba mucho y la verdad es que no recuerdo haberlo pasado tan mal en toda mi vida.

Terminé tomando la decisión de cerrar esa tienda de ropa formal para caballero en la que llevaba 20 años trabajando. Las cuentas no me salían y me decían claramente que debía declararme insolvente. Lo que no sabía era que, para que eso fuese legal, había toda una serie de requisitos y documentos que debía presentar. Esto me lo dijeron los abogados que había contratado para ponerle fin cuanto antes a aquel asunto, del despacho Calero, que dispone de una antigüedad que en 2026 alcanzará el medio siglo y que se encuentran especializados en derecho tributario y asesoramiento contable, fiscal, financiero y jurídico de las pequeñas y medianas empresas. Lo que me dijeron me quedó claro: necesitaba documentación referente a mis ingresos, a mi patrimonio y a mis gastos.

Como es lógico, me puse manos a la obra para preparar toda la documentación y que el proceso para declarar insolvente a mi negocio continuara adelante. Cuando tuve listos los documentos, solo tuve que hacérselos llegar a mis abogados y ellos se encargaron de que el proceso se cumplimentara sin ninguna incidencia. Mi negocio fue declarado insolvente y de ese modo puse fin a un proyecto que me había hecho mucha ilusión durante aquella etapa de mi vida, pero que no pudo superar una situación como la que provocó el coronavirus. Y, como mi caso, por desgracia, hay muchos más en toda la geografía española. Estoy seguro.

A nivel mental, me costó muchísimo superar una situación como esta. De hecho, no estoy completamente seguro de haber podido superarla todavía. Me encantaba mi trabajo y poder ser mi propio jefe para organizarme como yo creyera conveniente. Y tengo que reconocer que sabía que ir al mercado de trabajo iba a costarme, que ponerme al mando de otra persona era algo a lo que no estaba acostumbrado. Además, y como he comentado anteriormente, mi edad tampoco ayudaba demasiado. Aunque es verdad que he podido encontrar un empleo y que he podido adaptarme a una nueva realidad, hoy en día no soy más feliz de lo que era cuando dirigía mi propio negocio.

Insolvencias y procedimientos concursales están a la orden del día en España 

Aquello que dicen de “mal de muchos, consuelo de tontos” es una realidad como un templo. Sé que nadie me va a devolver lo que perdí durante la pandemia, y por supuesto que no me alegro de que haya habido personas cuya situación haya sido igual o similar a la mía. Sin embargo, sí que he estado muy interesado durante todo este tiempo en analizar cuántas empresas han pasado por lo que pasó la mía y cuáles son los motivos que han conducido a que eso sea así. Lo he hecho más que nada por hacer examen de conciencia y aprender de mis errores. Algunas de las cosas que he ido leyendo son las que os voy a enlazar en los 2 siguientes puntos:

Lo mejor es quedarse con los buenos tiempos y los buenos momentos. Es lo que merece la pena. En este sentido, he tratado de meter en mi mente una frase que me encanta y que he visto mucho por redes sociales a lo largo de estos años y que es la siguiente: “no llores porque terminó, sonríe porque sucedió”. Es una lección de vida desde mi punto de vista. Y creo que los retos que me esperan por delante, que todavía son muchos, los puedo enfocar de una manera mucho más positiva si tengo eso siempre en la memoria.

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