Para mucha gente, el cuerpo humano es considerado como todo un misterio. Sólo así pueden explicar el funcionamiento que se lleva a cabo en su interior día a día. Sin embargo, aunque el cuerpo humano es una máquina muy compleja y que produce un gran número de operaciones, la ciencia ha evolucionado lo suficiente como para conocer cómo lo hace y detectar todas las anomalías que tengan lugar en él.
Dichas anomalías se manifiestan, por ejemplo, a través de alergias o intolerancias alimentarias. En cuanto a las segundas, que son el hilo conductor de este artículo, hay que alertar sobre un aspecto clave: entre el 30 y el 40% de las personas que la sufren no lo saben. De ahí que sea tan importante su detección. Gracias a ello, se podrá llevar a cabo la dieta adecuada para reducir los problemas.
El pasado mes de enero mi hijo cumplía 14 años. En lo que llevaba de vida, por suerte para él y para los padres, no había desarrollado ningún tipo de enfermedad, alergia o intolerancia ante nada. Tanto su madre como yo solíamos comentar la gran suerte que habíamos tenido con él: apenas teníamos que acudir al médico, lo que significaba que el muchacho estaba bien y había crecido sano y fuerte.
Sin embargo, estábamos a punto de comprobar que no podemos bajar la guardia en cualquier momento. Un buen día, después de comer, nuestro hijo nos comentó que comenzaba a sentirse mal. Nos decía que tenía retortijones, algo que en principio nosotros identificamos como gastroenteritis. Después de un par de días bastante débil, pareció recuperarse. La semana siguiente volvió a repetirse la historia. “¿Otra vez gastroenteritis?”, nos preguntamos mi mujer y yo. Era extraño que volviera a presentar los mismos síntomas apenas una semana después. Pero nos pareció una simple curiosidad.
La tercera vez en la que volvió a suceder lo mismo, apenas diez días después, empezamos a plantearnos más cosas. El pensamiento que me vino a mí a la cabeza era que mi hijo era intolerante a algún tipo de alimento. Sin embargo, no estaba seguro de que la intolerancia se presentara de esa manera. En cuanto le trasladé ese pensamiento a mi mujer, llegamos a la conclusión de que la mejor alternativa era realizar un test de intolerancia alimentaria en alguna de las farmacias de Barcelona, nuestra ciudad.
La farmacia Ramón Ventura era ideal para ello. Teníamos excelentes referencias de ella de parte de algunos amigos gracias a un servicio absolutamente personalizado, rápido, eficiente y, sobre todo, muy útil para detectar y combatir la intolerancia alimentaria. En aquella farmacia se le realizó un test de intolerancia alimentaria a nuestro hijo que iba a ser totalmente clarificador: era intolerante al huevo.
Haciendo memoria, nos dimos cuenta de que siempre que nuestro hijo había caído enfermo habíamos comido algo con huevo. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta? Por suerte, aquel test nos acababa de sacar de la duda. Confiábamos en que, una vez descubierto el origen del problema, éste no volviera a repetirse.
Sin rastro de la gastroenteritis
Han pasado más de cuatro meses desde la última vez en la que mi hijo cayó enfermo por gastroenteritis. Desde que descubrimos que era intolerante al huevo eliminamos ese producto de su dieta y la verdad es que ha conseguido encontrarse mucho mejor y, sobre todo, no tenerle miedo a comer, algo que habíamos temido mientras enfermaba una y otra vez por la misma circunstancia.
Por suerte esa etapa de su vida ya ha pasado. La lección que sacamos en claro los padres de esto es que, por muy sana que parezca una persona, siempre puede tener algún problema puntual que la debilite y que no se haya detectado. En lo que guarda relación con las intolerancias alimentarias, la mejor alternativa consiste en hacer un test para estar seguros de qué alimento o sustancia nos ocasiona los problemas. Sabiéndolo, habremos puesto la base para que las molestias desaparezcan.